La evaluación como un dispositivo técnico y objetivo que recoge los cambios conceptuales y metodológicos que demanda la formación en la educación superior, para hacer eco en dos asuntos importantes: 1) sus modos de producción obedecen a la reconfiguración de un conjunto de prácticas que potencian el aprendizaje y la participación, a través de un ejercicio de autorregulación que produce conocimiento expresado en nuevas conceptualizaciones, estrategias y procedimientos, y 2) el registro de la experiencia afecta y moldea las estructuras del funcionamiento de la evaluación del aprendizaje y por ende, modifica las políticas que orientan o dan cauce a las prácticas y a las normativas institucionales en la educación superior
Los nuevos enfoques de evaluación en la educación superior propenden por la participación del sujeto en los procesos de construcción del conocimiento; es decir, en la comprensión de sus realidades para activar el diálogo, la discusión y aportar herramientas cognitivas para la intervención desde sus propias construcciones culturales y de aprendizaje. Esto es, generar alternativas a las prácticas tradicionales; propiciar nuevas formas de presentación de las producciones realizadas y de los resultados obtenidos; implicar a los estudiantes de una forma más activa y reconocer el poder de la propia evaluación del aprendizaje (Boud, 2006)
La evaluación orientada al aprendizaje en la educación superior se circunscribe en una propuesta metodológica que demanda el uso de tareas apropiadas y auténticas, que implican a los estudiantes en un aprendizaje para la vida. Por esto, los procedimientos metodológicos requieren de autoevaluación, evaluación entre iguales, evaluación del formador y coevaluación; ejercicios que permitan la retroalimentación y la proalimentación oportunas y de calidad durante todo el proceso formativo.